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Obispo Martín

El obispo Martín en compañía de un aparente colega. Las buenas proposiciones del guía

[3.1] Entonces Martín puso sus pies en marcha y, con pasos muy cuidadosos, se dirigió hacia aquel obstáculo que estaba moviéndose más y más.

[3.2] Llegó allí en unos pasos y quedó bastante sorprendido al encontrar bajo el árbol una persona como él y de su misma clase: un obispo en óptima forma (por supuesto sólo en apariencia porque en realidad se trataba del mismo ángel, el bienaventurado espíritu de Pedro, que, invisiblemente, había permanecido todo el tiempo al lado suyo).

[3.3] Martín se dirigió a su pretendido colega:

[3.4] «¿Veo bien o es una ilusión? ¡Un compañero trabajador en la viña del Señor! ¡Qué gran alegría! ¡Por fin, tras millones de años en este desierto de los desiertos, vuelvo a encontrar a un hombre, a un colega además!

[3.5] Te saludo, querido hermano. Dime, ¿cómo has llegado hasta aquí? ¿Acaso también tienes mi edad en este extraordinario mundo de los espíritus? ¿Unos cinco millones de años en el mismo lugar, cinco millones de años, digo?».

[3.6] «Ante todo, en el nombre del Señor, soy un hermano para ti», le respondió el ángel, aparente colega episcopal, «y, por supuesto, soy un antiguo trabajador en su viña. Respecto al tiempo y a la actividad, aunque de aspecto mucho más joven, soy mayor que tú.

[3.7] Porque cinco millones de años terrenales son un tiempo respetable para un espíritu creado, aunque ante Dios significan poca cosa porque su Ser no está sujeto al orden temporal ni tampoco a la expansión del espacio, sino que es eterno e infinito en todo.

[3.8] Como eres novato en el infinito mundo de los espíritus, estás muy equivocado. Si realmente hubieras pasado cinco millones de años aquí, hace tiempo que ya tendrías otra ropa, pues en semejante intervalo las montañas y los valles de la Tierra ya se habrían nivelado, y sus mares, lagos, ríos y pantanos estarían ya secos. En la Tierra habría ya una creación totalmente nueva para la que no están aún sembradas ni las primeras semillas.

[3.9] Pero para que tú mismo te des cuenta que tu edad aparente sólo es una fantasía interior tuya, una consecuencia de tus propios conceptos de tiempo y espacio todavía muy mundanos, date media vuelta y descubrirás tu propio cuerpo, fallecido no hace más de tres horas».

[3.10] Martín dio la vuelta y vio realmente su propio cadáver en el lujoso catafalco, tal como lo habían preparado en la catedral, con gran cantidad de velas. Al contemplar el espectáculo y tanta gente ociosa y curiosa alrededor, se puso de mal humor.

[3.11] «¡Que horrible estupidez! Hermano, ¿qué podría hacer aquí? El aburrimiento inaguantable me cambia los minutos en eternidades. Pero aun así soy yo quien había habitado ese cuerpo. ¡Yo, que por hambre y falta de luz no sé cómo comportarme, mientras que esos insensatos idolatran mi envoltura carnal! Ahora que soy espíritu, ¿no debería tener poder suficiente para hacer pedazos ese cachivache y aventarlo a los cuatro vientos como a la paja? ¡Pobres estúpidos!, ¿qué bien pensáis hacer así a esas inmundicias apestosas?».

[3.12] «Vuélvete otra vez y no te escandalices», le dijo el ángel, «¿no hiciste exactamente lo mismo cuando todavía formabas parte del mundo natural exterior? ¡Dejemos que los muertos entierren al muerto! Pero tú, ¡aléjate de todo eso! ¡Sígueme a mí y llegarás a la vida!».

[3.13] «¿Que te siga dónde? ¿Acaso eres mi santo, San Bonifacio, tanto como te preocupas por mí?», le preguntó Martín.

[3.14] «En nombre del Señor Jesús te digo que me sigas hacia Él. Él es un verdadero Bonifacio para todos los hombres, mientras que en tu Bonifacio no hay nada y yo no tengo nada que ver con él sino que soy totalmente distinto.

[3.15] Sígueme pues, es decir, cumple con lo que te voy a decir y en primer lugar llegarás a comprender todo lo que te ha ocurrido hasta ahora. A continuación te encontrarás en un suelo mejor; y finalmente llegarás a conocer al Señor, en Persona, y a través de Él el camino hacia los Cielos. Al mismo tiempo también llegarás a conocerme a mí, tu hermano».

[3.16] «¡Habla, habla!», insistió el obispo, «¡para dejar atrás este sitio tan aburrido mejor quisiera irme volando que andando!».

[3.17] «Entonces quítate ya esas vestimentas tan ridículas y ponte esta simple ropa de campesino», le dijo el ángel.

[3.18] «¡Dámela ya!», le rogó el obispo, «¡Aquí me encanta cambiar este ropaje tan aburrido por los trapos más ordinarios!».

[3.19] «Muy bien», respondió el ángel. «Ves, ya la tienes puesta. Y ahora ¡sígueme!».

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