[1.8] Cuando el alma de Martín absorbió enteramente al espíritu del sistema nervioso, el ángel desligó el alma del cuerpo con las palabras: «Ábrete, alma; pero tú, polvo, entra en descomposición para tu evolución posterior a través del reino de los gusanos y la putrefacción. Amén». [1.9] A eso el obispo se levantó con todos sus ornamentos episcopales, como antes cuando todavía vivía en la Tierra, y abrió los ojos. Perplejo miró alrededor pero, aparte de sí mismo, no pudo ver a nadie, ni tampoco al ángel que le había despertado. El suelo parecía cubierto de musgo bastante seco y todo estaba sumido en una luz escasa, como al anochecer. [1.10] Martín se asombró no poco al encontrarse en tal escenario y se dijo: «¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Vivo todavía o acaso he muerto? Me parece que estuve muy enfermo y es fácil que ya me encuentre entre los difuntos... Por Dios, sí, ¡tiene que ser eso! Oh, Santa María, San José y Santa Ana que sois mis más poderosos apoyos, ¡os ruego que me ayudéis a entrar en el Reino de los Cielos!».
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