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Carta a Laodicea

[3.38] Al mismo tiempo orad también por mí, para que el Señor siempre quiera abrirme sus puertas hacia la Palabra viva y pueda siempre hablar ante vosotros y todos los hermanos en Cristo sobre Su gran Secreto y sobre Su Reino; porque también estoy todavía atado al mundo y soy un hombre muy corriente que sólo puede profetizar cuando el Señor abre la puerta de su Gracia.

[3.39] ¡Que vuestro comportamiento ante cualquiera sea sencillo y sabio, también ante aquellos que no pertenecen a nuestra comunidad, como ante los judíos y gentiles! ¡No debéis juzgar a nadie —ya sea un escita (skythe), un gentil, un judío, un griego o no-griego—, sino comportaos sabiamente según el momento y la situación!

[3.40] Que vuestras palabras, habladas a cualquiera, estén siempre sazonadas con amor y llenas de sal de la verdadera Sabiduría proveniente de Dios. De esta Sabiduría debéis sacar lo que vais a hablar con cualquiera, para que éste se entere de la gran diferencia que hay entre la Sabiduría divina y la sabiduría de los sabios del mundo.

[3.41] ¡Y ahora yo, Pablo, pienso que no he omitido nada, para que quede muy claro lo qué está entre vosotros y que es una mala hierba venenosa; sí, es un árbol venenoso altamente dañino cuya transpiración ahoga toda vida; y, con esto, ya no tengo nada más en contra de vosotros!

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