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Carta a Laodicea

[2.1] Por eso, ¡no permitáis a nadie que ponga vuestra conciencia en compromisos, ni por un obispo o sacerdote que no ha sido llamado por Dios, ni por la celebración de algún día festivo, ni a causa del antiguo Sabbat o la nueva luna,

[2.2] ni a causa de algún templo, ni por la ceremonia de sacrificios o vestiduras adornadas, y tampoco por el alimento o la bebida!

[2.3] Sed moderados en el comer y el beber, — esto es bueno para el espíritu, el alma y el cuerpo, y es agradable al Señor;

[2.4] pero si alguien dice, enseña y exige: «¡Esta y aquella comida están prohibidas comerlas, porque son impuras según la ley de Moisés!», —

[2.5] entonces aquí digo en contraposición: Moisés y los profetas han sido cumplidos y liberados en Cristo; pero a nosotros el Señor no nos ha prohibido ningún alimento, pues Él mismo comió y bebió con pecadores y publicanos;

[2.6] y ha dicho: “Lo que comes no te hace impuro; pero lo que sale de tu corazón —como palabras malintencionadas, malos deseos, avaricia, envidia, asesinato, ira, glotonería y gula, fornicación, adulterio y cosas parecidas—, ¡esto es lo que siempre contamina al hombre!”.

[2.7] Dado que este Evangelio lo recibimos de Él mismo —del único Señor de toda Gloria—, ¡qué grandes necios tendríamos que ser si es que nos dejáramos subyugar de nuevo y voluntariamente en el viejo y duro yugo!

[2.8] ¿De qué más nos sirve ahora la sombra, que bien tuvo un previo significado profético de Moisés sobre aquello que ha sucedido delante de nuestros ojos, a nosotros que nos hemos convertido en un cuerpo con Cristo y en Cristo?

[2.9] Por eso os pido e incluso os ruego: ¡No permitáis a nadie que os fije el objetivo! ¡No de aquél que procede de manera propia y arbitraria y que anda con apariencia de total humildad y completa religiosidad angelical y celestial, cosas que él nunca ha oído o visto jamás, pero que sí está inflado para llevar agua a su molino dentro de sus ambiciones carnales,

[2.10] y que no hace caso a la cabeza, de la cual el cuerpo completo recibe toda la fuerza de acción a través de sus miembros, articulaciones y uniones, que se mantienen unidos mutuamente y hasta crecer así entonces a una medida divina,

[2.11] sino que únicamente se atiene a su propio interés que está lleno de suciedad e inmundicia, de intenciones egoístas, lleno de engaño y mentira, lleno de adicción al dominio, lleno de avaricia y lleno de envidia!

[2.12] ¡Y así es la intención de aquél que se os quiere imponer como si hubiera sido convocado por el Señor y por mí, y por tanto como si hubiera sido elegido por vosotros!

[2.13] Pero aquí os digo a todos: ¡Éste tiene, dentro de sí, el espíritu del diablo y anda entre vosotros como un lobo disfrazado con piel de oveja y como un león hambriento y rugiente que afanosamente está buscando devoraros!

[2.14] Por eso, ¡quitadlo inmediatamente de su puesto, y retornad a Ninfas, cuya casa es una verdadera comunidad de Cristo!

[2.15] Porque, si todos vosotros ya habéis muerto para el mundo y sus preceptos junto a Cristo, entonces ¿por qué motivo queréis ser atrapados nuevamente con preceptos del mundo, como si aún vivierais dentro de el?

[2.16] Pero la casa de mi amado hermano Ninfas ha permanecido fiel en su libertad, así como yo se la había dado por encargo de Jesucristo, el Señor de la Eternidad.

[2.17] Ninfas ha reconocido al lobo, así como yo lo he reconocido a través del Espíritu de Dios, que está dentro de mí y que constantemente me impulsa, me lleva y me enseña en las diferentes cosas de la única Sabiduría justa ante Dios, como también de la misma manera, al hermano Ninfas.

[2.18] Por eso también os exhorto, con la fuerza de todo afán justo en Cristo el Señor, para que sin demora vayáis donde Ninfas y os volváis nuevamente una comunidad en su casa

[2.19] y no hagáis caso a aquellos que, con caras hipócritas y piadosas, os dicen: «¡No toquéis esto, no probéis aquello, no cojáis esto, y no hagáis esto o aquello!», — cosas que siempre desaparecen por sí mismas de las manos y en la que no hay nada más que un precepto humano vacío;

[2.20] sino ¡oíd más bien lo que os digo desde el Espíritu de Cristo que está en mí, para que nuevamente os volváis libres y, junto con Jesucristo, os volváis coherederos verdaderos en el Reino de Dios vivo en vosotros!

[2.21] Oh hermanos, pensad, ¿en qué os podrían servir aquellos que tienen la apariencia de sabiduría y de una religiosidad e humildad (ambas falsas e hipócritas) adoptadas por ellos mismos con malas intenciones,

[2.22] y que dicen: «Si miras a una mujer, entonces ya has pecado; si comes alimentos impuros, prohibidos por Moisés, entonces estás impuro todo el día; y si tocas a un gentil y hablas con él más de tres palabras, entonces tendrás que confesárselo al sacerdote del templo para que te purifique ante Dios»,

[2.23] pero que en verdad están llenos de inmundicia y llenos de avaricia y fornicación, y que comercian con todos los gentiles en forma secreta y hacen todo lo posible para que nada les pueda malograr la amistad oculta que tienen con ellos?

[2.24] Pero os digo: ¡El cuerpo —así como el espíritu— precisa de lo suyo, dado que tiene sus necesidades incluso la de la evacuación! Por eso también debéis darle en la justa medida lo que Dios ha determinado para el cuerpo, y debéis consumir lo que ofrece el mercado, porque el cuerpo necesita su cuidado, así como el espíritu su libertad. Por eso, ¡sed libres y no esclavos de los ciegos necios del mundo!

[2.25] ¡Pero, ¿de qué mérito puede hablar alguien de sí mismo que ha hecho ayunar al estómago, pero que su corazón está colmado de malos pensamientos, deseos y apasionamientos?!

[2.26] ¿No sería mucho más sensato ayunar en el corazón que en el estómago? —¡¿Cómo podéis ser tan necios y permitir que os hagan creer que al Señor le es más agradable alguien que come un pescado conservado en aceite, o alguien que come otra carne de un animal de sangre caliente y su grasa en vez del aceite?!

[2.27] Pero os digo: ¡Comed siempre con moderación y sentido común aquello que os sabe y hace bien a la salud de vuestros cuerpos, y tomad vino con agua, así como también lo hago cuando me es posible, y no tengáis remordimientos por esto, así entonces habréis actuado correctamente también en relación a esto!

[2.28] Porque el Señor no tiene complacencia en el ayuno del estómago, pero sí, en el del corazón, por eso, ayunad día y noche en el corazón, entonces así ayunaréis en el espíritu y en la Verdad.

[2.29] Pero si queréis ayunar según la doctrina hipócrita de aquél que, ante vosotros aparenta como si ahora estuviera ya más en el Cielo y que tan sólo le queda un pie sobre la Tierra, entonces vuestro ayuno sería igual al de los gentiles que comen en sus días festivos las golosinas más refinadas, para después estar tanto más libidinosos que en un día común y corriente en que tienen su alimento diario habitual.

[2.30] Ya que ahora habéis resucitado con Cristo, ¿qué os importa lo que hay allá, abajo en el mundo? ¿Y para qué queréis cumplir con los preceptos del mundo que son obras de los hombres?

[2.31] ¡Anhelad lo que está arriba, allí en donde Cristo está sentado a la derecha del Padre, porque esto os será de mejor provecho que todas las locuras del mundo totalmente vanas!

[2.32] Si sois despertados en el Espíritu y resucitados con Cristo, entonces sois de arriba, pero no de abajo. Por eso, ¡anhelad también lo que es de arriba, pero no lo que es de abajo sobre la Tierra!

[2.33] Porque vosotros habéis muerto para el mundo, y vuestra vida está acogida con Cristo en Dios.

[2.34] ¡Pero cuando se manifieste Cristo —que ahora es vuestra vida—, entonces también vosotros seréis manifiestos con Él en la Gloria!

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