Toda la plenitud de la Divinidad habita corporalmente en Cristo, y en Él somos perfectos; porque Él es el Fundamento y la Cabeza de toda Gloria, de todo Poder y Fuerza, de toda autoridad del mundo, y es un Príncipe de todos los principados de la Tierra». – Carta a Laodicea, Capítulo 1, Párrafo 22
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