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La Infancia y Juventud de Jesús

[1.17] Con estas palabras y este resultado José se asustó, y dijo: «Ungido según la ley de Moisés y siervo del Señor Dios Sebaot, ya sabes que soy un anciano. Desde hace mucho tiempo estoy viudo y tengo hijos adultos en casa. Por eso temo que quedaré en ridículo ante los hijos de Israel si llevo a esta joven conmigo a mi casa.

[1.18] Por esto te ruego que repitas el sorteo, esta vez dejándome esperar fuera para no contar entre los pretendientes».

[1.19] Pero el sacerdote levantó la mano y con voz severa le contestó: «José, ¡teme a Dios el Señor! ¿Acaso ignoras lo que él hizo a Datán, Qóraj y Abiram?

[1.20] Mira: La tierra se abrió ante ellos y se los tragó a todos a causa de su terquedad. ¿No piensas que a ti podría caberte la misma suerte?

[1.21] Has visto la señal infalible de Jehová. ¡Por esto obedece al Señor omnipotente que es justo y que siempre castiga a los que vacilan en llevar a cabo su Voluntad!

[1.22] ¡Teme por los tuyos, para que el Señor no os haga sufrir la misma suerte que a Datán, Qóraj y Abiram!».

[1.23] Profundamente asustado, José respondió al sumo sacerdote: «Te ruego, pues, que reces por mí para que el Señor vuelva a ser misericordioso conmigo y luego entrégame la virgen, según su Voluntad».

[1.24] El sacerdote se retiró al santísimo para rezar por José. Allí el Señor le dijo:

[1.25] «No aflijas al hombre que Yo escogí, pues, no hay hombre más justo en Israel, ni en toda la Tierra y ni tampoco ante mi trono en todos los Cielos.

[1.26] Sal pues y entrega la virgen -a la que Yo mismo eduqué- al hombre más honrado de todo el mundo».

[1.27] El sacerdote se golpeó el pecho y exclamó: «¡Oh, Señor, Dios poderoso de Abraham, Isaac y Jacob, sé misericordioso con el gran pecador que soy, porque ahora veo que visitarás tu pueblo!».

[1.28] El sacerdote se levantó, salió y -en el nombre del Señor- entregó la joven a José que estaba atemorizado.

[1.29] «José, eres justo ante el Señor. Por eso Él te escogió entre muchos miles. Sigue en paz. Amén».

[1.30] José tomó a María de la mano y con fervor pronunció las palabras: «¡Que se cumpla siempre la Voluntad de mi Dios, de mi Señor! Lo que Tú das, Señor, siempre es bueno. Por esto, de buen grado, acepto esta dádiva de tu mano. Bendícela para mí y a mí para ella, para que yo sea digno de ella ante ti, ahora y siempre. ¡Que siempre se haga tú Voluntad! Amén».

[1.31] Al hablar de esta manera al Señor, José se sintió fortalecido en su corazón. Salió con María del Templo y la llevó a su modesta casa en la región de Nazaret.

[1.32] Como le requerían las obligaciones de su trabajo no pudo entretenerse mucho en casa.

[1.33] Por esto dijo a María: «Ya ves que de acuerdo con la Voluntad de Dios, te he recibido del Templo del Señor y te he acogido en mi casa. Pero no puedo permanecer contigo para protegerte porque tengo que seguir con la construcción de la vivienda que te mostré en el camino hacia aquí.

[1.34] Aun así, no te quedarás sola: Una parienta devota se quedará contigo y mi hijo más joven te hará compañía.

[1.35] Dentro de poco volveré con mis cuatro hijos y te seré un guía en los caminos del Señor. Mientras tanto Él cuidará de ti y de mi casa. Amén».

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