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El Gran Evangelio de Juan

[1.22.1] «Ahora todo me resulta comprensible», reconoció Nicodemo. «No obstante, falta todavía el tan extraordinario Hijo del hombre sin el cual tus sabias interpretaciones no tendrían valor alguno. ¿Para qué me sirve la fe o la mejor voluntad para creer en un Hijo del hombre que no existe? No es posible creer en él sólo con la imaginación. Dime, pues, dónde le puedo encontrar y ten por seguro que me acercaré a él con plena fe».

[1.22.2] «Si Yo no hubiese advertido este detalle, no te habría dado todas estas explicaciones. Viniste de noche a visitarme y no durante el día aunque sabías de mis milagros. No viniste sólo durante la noche terrenal sino también en la noche de tu alma, ello explica que lo del Hijo del hombre no lo hayas comprendido aún.

[1.22.3] Te digo: Si alguien va en búsqueda del Hijo del hombre y le busca de noche porque tiene vergüenza de hacerlo de día para no caer en descrédito, jamás le encontrará. Pero como sabio que eres, deberías saber que la noche terrenal, igual que la espiritual, no se presta a buscar ni a encontrar nada.

[1.22.4] Mi consejo es: Ve a Juan que, a pesar de todo, ahora está en Ainón —cerca de Salim—, donde tiene agua para bautizar. Él mismo te dirá si el Hijo del hombre unigénito ya ha venido o no. Allí llegarás a conocerle».

[1.22.5] «Por desgracia, querido Maestro, ¡esto me resulta totalmente imposible! Tengo mil obligaciones diarias de las cuales no me puedo desentender tan fácilmente. Debes pensar que en la ciudad y en sus cercanías habitan unas 800.000 personas incluyendo los extranjeros, y yo me tengo que ocupar de ellas. Además, me esperan obligaciones diarias en el Templo. En el caso de que no pueda tener la suerte de conocerle aquí en Jerusalén, me temo que tendré que renunciar a ello. Ese viaje me costaría por lo menos tres días.

[1.22.6] Por tanto, tendrás que admitir mis disculpas por no poder seguir tu consejo. Sin embargo, siempre que vengas con tus discípulos a Jerusalén, ven a morar en mi casa, que fácilmente da alojamiento a más de mil personas. Está situada en la plaza de David. En cuanto vengas, estaré exclusivamente a tu disposición. Si precisases de algo, avísame y lo tendrás.

[1.22.7] Pues mira, ¡ha habido un gran cambio dentro de mí! Querido Maestro, te amo más que a todo lo que antes me parecía precioso y es como si este amor me dijese que Tú mismo eres Aquel por quien me querías mandar a Ainón para que Juan me hablase de Él. Es posible que mi sentimiento me engañe, pero sea como sea, te amo con todo mi corazón. Dímelo, por favor, ¿este sentimiento de mi corazón sobre Ti es cierto?».

[1.22.8] «Aún habrás de tener un poco de paciencia. Pero dentro de poco volveré y seré tu huésped. Entonces llegarás a saberlo todo.

[1.22.9] Pero sigue los impulsos de tu corazón que te dirán más que los cinco libros de Moisés y todos los profetas. Puesto que no hay nada verdadero en el hombre sino el amor, acércate al amor y andarás en el día.

[1.22.10] Pasemos a otro asunto: Después iré a Judea para anunciar el Reino de Dios. Tú eres prefecto de esa región. Te pido, no por Mí sino por mis discípulos, que me des un salvoconducto como los hay entre los judíos por la ley de los romanos, con el fin de que puedan pasar libremente de una ciudad a otra. Me sería fácil viajar entre legiones y sin dificultades, sin embargo, no quiero causar disgustos y me sujeto a las leyes de Roma. Por esta razón, por favor, provéeme de un salvoconducto».

[1.22.11] «Ahora mismo, querido Maestro, lo tendrás. Yo mismo lo voy a escribir y dentro de una hora te lo traeré, pues mi casa no está lejos de aquí».

[1.22.12] Nicodemo salió rápidamente, volvió después de media hora con el documento en las manos y le bendije en el corazón. Se despidió de Mí con lágrimas en los ojos, repitiendo su invitación. Yo, entre tanto, le recomendé que conservara la limpieza en el Templo, lo que también me prometió. Ya era casi de día cuando nos separamos.

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