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El Gobierno de Dios

La maldición de Caín y su huida

[1.20.27] De nuevo Caín miró a las cumbres de las montañas, pero ya no vio a ningún hombre y no sabía qué hacer. Después de un rato extendió los brazos y exclamó: «¡Señor sumamente justo!, ¡si desde esta gran distancia todavía te llegan mis gritos, entonces, a causa de mis hijos y de mi mujer, mira con clemencia al refugiado que tuvo que huir ante la Santidad de tus ojos!... ¡Mira a aquel al que marcaste la frente con la señal de la noche del pecado para que en una frente destocada no se reconociera el crimen que ha marcado la frente, las manos y el pecho del gran pecador!... ¡Mira a aquel cuyo pecado es demasiado grande para que jamás le pueda ser perdonado!».

[1.20.28] Entonces descendió una nube de las montañas que se paró encima del refugiado, a una altura de 77 veces la estatura de un hombre, y una voz fuerte habló desde ella: «Caín, ¿reconoces mi voz?».

[1.20.29] «¡Oh, hermano Abel!», respondió Caín. «Si has venido para vengarte de mí, tu asesino, ¡entonces, con todo derecho, administra justicia! –– ¡Pero sé benévolo con tu hermana bendita y con sus hijos!».

[1.20.30] Y la voz continuó: «Caín, aquel que hace el mal es un pecador... Aquel que paga el mal con el mal es un siervo del pecado... El que hace el bien por el bien, él ha compensado su deuda... El que paga el bien doble o más, él merece a sus hermanos... Pero lo único que cuenta ante Dios es: Pagar el mal con el bien, bendecir a los que maldicen a los bienhechores, y dar la vida a aquel que ha dado la muerte...

[1.20.31] Y es por el último de estos conceptos por lo que he venido a ti. Por eso no tengas miedo de mí porque soy enviado desde lo Alto; primero, para demostrarte que el Señor es verídico y fiel en todas sus promesas y, segundo, para señalarte que junto con los tuyos debes quedarte en este país... que debes alimentarte con los frutos que encuentres por aquí. Y, tercero, que tu hermano te ha perdonado tu delito por el gran Amor del Padre que mora en él.

[1.20.32] Debes expiar mi sangre con tus lágrimas de arrepentimiento hasta que de esta manera la mancha de tu frente quede limpia. Y a tus hijos y a tu mujer los debes educar en todo temor ante Dios. Si cumples con ello libremente dentro de tu temor de Dios, entonces continuarás viviendo conforme lo que eres: conforme un desterrado... Porque únicamente en el amor puedes tocar el Corazón duro de la Justicia».

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