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El Gobierno de Dios

[1.20.27] De nuevo Caín miró a las cumbres de las montañas, pero ya no vio a ningún hombre y no sabía qué hacer. Después de un rato extendió los brazos y exclamó: «¡Señor sumamente justo!, ¡si desde esta gran distancia todavía te llegan mis gritos, entonces, a causa de mis hijos y de mi mujer, mira con clemencia al refugiado que tuvo que huir ante la Santidad de tus ojos!... ¡Mira a aquel al que marcaste la frente con la señal de la noche del pecado para que en una frente destocada no se reconociera el crimen que ha marcado la frente, las manos y el pecho del gran pecador!... ¡Mira a aquel cuyo pecado es demasiado grande para que jamás le pueda ser perdonado!».

[1.20.28] Entonces descendió una nube de las montañas que se paró encima del refugiado, a una altura de 77 veces la estatura de un hombre, y una voz fuerte habló desde ella: «Caín, ¿reconoces mi voz?».

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