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El Gobierno de Dios

[1.20.1] De todos lados se acercaron nubes negras encima de Caín y enormes rayos destellaron en todas direcciones, acompañados por fuertes truenos; y empezaron a desencadenarse borrascas que arrojaron granizo sobre los campos fértiles, destruyéndolos por completo. Fue el primer granizo que había caído, una reacción del Amor sin Misericordia, porque de nuevo la Divinidad misma fue provocada por el crimen de Caín en su hermano Abel.

[1.20.2] El maligno Caín huyó a su choza donde encontró a su mujer temblando en el suelo y al lado de ella algunos de sus niños ––la mayoría no bendecida–– que parecían medio muertos. Con esta escena que le sobrecogió maldijo a la serpiente y salió de la choza, donde tropezó con la piedra que la serpiente había depositado allí; con lo que se cayó de mala manera al suelo. Entonces maldijo de nuevo la maldad de la serpiente y también la piedra mortífera.

[1.20.3] Nada más levantarse con su cuerpo dolido, se dirigió a la orilla del río para buscar a la serpiente maldita y destruirla.

[1.20.4] Al llegar allí, vio un monstruo de 666 varas de largo y de 7 varas de ancho y de gordo, provisto de diez cabezas, cada una con diez cuernos en forma de una corona. Este monstruo se estaba acercando a Caín, nadando contra la corriente.

[1.20.5] Cuando esta serpiente gigantesca estuvo cerca de él, le habló con las diez cabezas a la vez: «Bueno, Caín poderoso, y asesino de tu hermano Abel... si acaso tienes ganas de medirte conmigo, ¿por qué no lo intentas?

[1.20.6] Aquella vez, cuando yo todavía era débil, no te costó mucho el despedazarme y comerme. Ahora, sin embargo, semejante empresa ya no te resultará tan fácil... porque el buen alimento que me preparaste con la sangre de tu hermano me ha hecho grande y poderosa. Si aun así estás decidido a destruirme, ¡entonces empieza a saciar tu venganza con mi sangre! Pero dado que no tienes diez manos sino solamente dos, no podrás coger todas mis diez cabezas a la vez. ¡De modo que las ocho que me quedarán, con sus cuernos te harán pedazos y con sus ocho bocas se te tragarán!».

[1.20.7] A eso Caín se asustó profundamente y huyó de la serpiente, maldiciéndola otra vez. Y vio lo mucho que ella le había engañado. Por esto se dijo para sus adentros: «¿Quién va ahora reconciliarme con el Dios eternamente justo, dado que mi hermano Abel ya no vive? –– ¡Oh, serpiente, tres veces maldita!, ¡tú eres la asesina de mi hermano y ahora querías también ser la mía!... Ay, si supiera que también tú perecerías si pereciera yo, ¡entonces vengaría la muerte de Abel en mí mismo!».

[1.20.8] De repente la serpiente se presentó detrás de él, en forma de una doncella encantadora. Y le dijo: «¡Hazlo, Caín!, ¡y comeré tu carne y beberé tu sangre, y de esta manera nos aunaremos del todo y reinaremos sobre todo el mundo!».

[1.20.9] Caín miró a la joven encantadora y le dijo: «Pues sí, ¡ésta es tu auténtica forma que a la vez es la más temible! Porque aquel que te ve con tus diez cabezas, te huirá como a un juicio de la Divinidad; pero aquel a quien te acerques con este aspecto, irá detrás de ti... te amará más que a Dios y se considerará el ser más feliz cuando tú le agarras con tus manos eternamente mortíferas... y los hombres te erigirán templos y altares, y besarán tu detritus.

[1.20.10] Si no te hubiera visto con tus diez cabezas, seguro que también yo me habría vuelto esclavo tuyo; pero ahora te conozco y en esta figura te desprecio más que en la anterior de diez cabezas».

[1.20.11] «Pero Caín, ¿qué es lo que puedes temer de mis miembros tan delicados y de mi pecho tan suave?».

[1.20.12] «¡Calla!», le contestó Caín. «Porque también tus miembros delicados no son sino serpientes venenosas, y debajo de la piel de tu pecho hinchado se oculta una armadura con la cual aplastarás a toda mi pobre y débil descendencia cuando con tus brazos de serpiente la aplastes contra ella...».

[1.20.13] A estas palabras de Caín la doncella serpiente se encendió tanto en su ira interior que empezó a irradiar una luz fuerte como la del Sol, e instantáneamente adaptó la figura de Abel. Poniendo una cara más que amable dijo a Caín:

[1.20.14] «¡Insensato! Mira Caín, malvado hermano mío, aquel al que has matado con una piedra, él está ahora delante de ti, transfigurado, y te extiende su mano para la reconciliación... Y no temas la serpiente, ¡porque esa eres tú mismo! ¿Quién fue el que se volvió infiel al Señor, ¿la serpiente o tú? –– ¿Quién cohabitó con tu mujer ––igual que los perros–– sin el sacrificio exigido cada vez antes y después?... ¿Quién maldijo el calor, y quién, en su pereza, sacrificó al Señor la paja vacía?... ¿Fue la serpiente o fuiste tú mismo quien se enfureció por celos contra tu hermano? ¿No fue la serpiente más bien una manifestación exterior de tu propia maldad interior, con la cual tu mismo en tu gran chaladura te persuadiste a ti mismo para asesinar a tu hermano?

[1.20.15] ¿Cómo es que ahora maldices a la serpiente, la cual eres tú mismo? –– ¿Igual aún vas a tomar a tu propio hermano por la serpiente personificada? Cuando tu hermano todavía vivía y tú fuiste a buscarle para darle la muerte física –– pidiéndole con tu gran astucia que te liberase de la serpiente, ¿acaso no te preguntó si tú pensabas que él también pudiera ser un fratricida?

[1.20.16] ¡Contesta si es así o no! Y sólo si no es así, ¡entonces maldice a la serpiente! ¡A mí ––que vengo de lo Alto para ayudarte como hermano transfigurado–– no me tomes por la serpiente porque esa eres tú mismo, sino tiéndeme la mano todavía manchada de sangre para que mi amor fraternal la pueda limpiar de su gran culpa, y para que tú puedas volver a encontrar Gracia ante los ojos del Señor».

[1.20.17] En su ceguera Caín se dejó impresionar por Satanás; y ya pensaba tenderle la mano al seductor, cuando cayó un poderoso rayo del cielo entre el mentiroso y Caín. El Abel pretendido se quedó como serpiente en el suelo y a Caín le temblaron las carnes, convencido de que el juicio de lo Alto estaba a punto de llegar.

[1.20.18] En seguida Jehová habló desde las nubes: «¡Caín!, ¿dónde está tu hermano?, ¿dónde le dejaste?».

[1.20.19] Viendo la serpiente en el suelo, Caín cobró valor para contestar: «¿Por qué me preguntas por él? –– ¿Acaso soy su celador?».

[1.20.20] La voz de Jehová aumentó de vehemencia: «¡La sangre de tu hermano con la que empapaste la tierra me está clamando a Mí, que vi tu crimen! –– ¿Dónde, pues, está Abel, tu hermano?».

[1.20.21] «Señor, ¡mi pecado es tan grande que jamás me podrá ya ser perdonado!».

[1.20.22] «¡Así es!», continuó Jehová. «¡Por esto sé maldito en la Tierra cuyo suelo se tragó la sangre de Abel! Y en adelante, aunque labres un campo, ya no te dará fruto... y tendrás que ir errando como un animal salvaje, inquieto, y sin tener un techo... y te alimentarás de cardos y de espinas».

[1.20.23] Caín estaba profundamente asustado y respondió con voz trémula: «Señor, sumamente justo, ahora me estás echando de estas tierras y tengo que huir de tu semblante; con lo que sucederá ––pobre de mí–– que los que me encuentren me matarán... ¡Por esto, ya por los míos, sé indulgente conmigo!».

[1.20.24] «¡Nadie va a matar a Caín!», dijo Jehová. «porque aquel que se atreviera, sería matado siete veces. Y para que nadie te ataque, te marcaré con una mancha negra en la frente, para que nadie te reconozca».

[1.20.25] Acto seguido Caín salió huyendo con los suyos y llegó a un país lejano “Heden” que era una región con colinas donde había muy buenos frutos. Por esto Caín quiso quedarse allí; pero fijándose bien en las colinas, vio en cada una un hombre de cara furiosa y armado con una piedra en la mano, como si esperara a Caín, para vengar su crimen –– una manifestación de su temor de persecución. Con lo que comprendió que no podía quedarse allí.

[1.20.26] De modo que continuó huyendo en dirección de la mañana y llegó a otra tierra baja que se llamaba “Nod” lo que significa “fondo seco del mar”. Nada más llegar allí, agotado, durmió tres días y tres noches. Entonces, cuando sopló un fuerte viento desde las montañas, este despertó a los que estaban durmiendo y continuó circulando por las llanuras bajas hasta que empezó a calmarse.

[1.20.27] De nuevo Caín miró a las cumbres de las montañas, pero ya no vio a ningún hombre y no sabía qué hacer. Después de un rato extendió los brazos y exclamó: «¡Señor sumamente justo!, ¡si desde esta gran distancia todavía te llegan mis gritos, entonces, a causa de mis hijos y de mi mujer, mira con clemencia al refugiado que tuvo que huir ante la Santidad de tus ojos!... ¡Mira a aquel al que marcaste la frente con la señal de la noche del pecado para que en una frente destocada no se reconociera el crimen que ha marcado la frente, las manos y el pecho del gran pecador!... ¡Mira a aquel cuyo pecado es demasiado grande para que jamás le pueda ser perdonado!».

[1.20.28] Entonces descendió una nube de las montañas que se paró encima del refugiado, a una altura de 77 veces la estatura de un hombre, y una voz fuerte habló desde ella: «Caín, ¿reconoces mi voz?».

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