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El Gobierno de Dios

La confesión de Caín

[1.15.16] Yo te digo: Yo, el más grande, me reduje a polvo... yo, el más fuerte, me volví más débil que un mosquito... y yo, el más resplandeciente, me quedé más oscuro que el centro de la Tierra...

[1.15.17] Así me encuentro ahora ante Ti... ante uno que surgió de mí en forma de un pequeño espíritu y que ahora, en todo, ya es mayor de lo que yo era cuando aún no existía el mundo... Porque yo mismo me encerré en el entorno de mi fuerza exuberante, con lo que me volví el más débil de todos... porque los que tenían mucho perdieron mucho... los que tenían poco perdieron poco... Y como yo tenía mucho, lo perdí todo, y esto por mi propia culpa... y los demás ––aunque hayan tenido o mucho o poco–– también perdieron todo, y esto también por mi culpa ardiente.

[1.15.18] Oh Abel, ¡no tardes en darme un alimento vital para que recupere la voz para llorar y, dado que soy un desgraciado, dame una bebida para que no me consuma de arrepentimiento sin tener lágrimas!».

[1.15.19] A estas palabras de Caín, Abel volvió a pisar el suelo, se acercó a su hermano y le respondió: «Caín, débil hermano terrenal mío e hijo de Adán y Eva, ¡levántate y sígueme! Porque volveré a llevarte con tus padres y con todos tus hermanos, donde encontrarás en plenitud todo de lo que careces aquí.

[1.15.20] Pero una vez que hayas calmado tu hambre y tu sed, dirige tus pensamientos al Señor en su gran Amor y su Gracia misericordiosa, y acuérdate que lo primero es lo último, y lo último es lo primero.

[1.15.21] Ahora sígueme con toda paciencia y toda afabilidad, y que de ahora en adelante toda tu potencia sea paciencia y toda tu fuerza sea afabilidad; porque de esta manera incluso tú encontrarás la Gracia de Aquel cuyo Amor es infinito en todas las eternidades».

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