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El Gobierno de Dios

La confesión de Caín

[1.15.13] Acto seguido su hermano Abel tomó la espada en la mano izquierda, pero esta vez la agitó sobre el pecho de Caín.

[1.15.14] Y una corriente de nueva vida penetró en Caín, con lo que las ganas de morirse se le convirtieron en un hambre de vida tanto mayor. Pero no pudo encontrar nada que la calmara.

[1.15.15] Como no encontró nada, se dirigió de nuevo a Abel: «Hermano, tengo mucha hambre de un alimento que da la vida y que no, como la carne y la sangre de la serpiente, acarrea la muerte. Hermano, como desde el fondo de mi ser me volví consciente de lo que fui entones y de lo que soy ahora, siento un gran arrepentimiento y junto con este una gran hambre y una sed ardiente del Amor divino y su gran Misericordia. Porque ve, cuando lloro no tengo voz y mi arrepentimiento no produce lágrimas... Por esto, ¡sáciame con la voz del Amor y calma mi gran sed con las lágrimas del arrepentimiento!

[1.15.16] Yo te digo: Yo, el más grande, me reduje a polvo... yo, el más fuerte, me volví más débil que un mosquito... y yo, el más resplandeciente, me quedé más oscuro que el centro de la Tierra...

[1.15.17] Así me encuentro ahora ante Ti... ante uno que surgió de mí en forma de un pequeño espíritu y que ahora, en todo, ya es mayor de lo que yo era cuando aún no existía el mundo... Porque yo mismo me encerré en el entorno de mi fuerza exuberante, con lo que me volví el más débil de todos... porque los que tenían mucho perdieron mucho... los que tenían poco perdieron poco... Y como yo tenía mucho, lo perdí todo, y esto por mi propia culpa... y los demás ––aunque hayan tenido o mucho o poco–– también perdieron todo, y esto también por mi culpa ardiente.

[1.15.18] Oh Abel, ¡no tardes en darme un alimento vital para que recupere la voz para llorar y, dado que soy un desgraciado, dame una bebida para que no me consuma de arrepentimiento sin tener lágrimas!».

[1.15.19] A estas palabras de Caín, Abel volvió a pisar el suelo, se acercó a su hermano y le respondió: «Caín, débil hermano terrenal mío e hijo de Adán y Eva, ¡levántate y sígueme! Porque volveré a llevarte con tus padres y con todos tus hermanos, donde encontrarás en plenitud todo de lo que careces aquí.

[1.15.20] Pero una vez que hayas calmado tu hambre y tu sed, dirige tus pensamientos al Señor en su gran Amor y su Gracia misericordiosa, y acuérdate que lo primero es lo último, y lo último es lo primero.

[1.15.21] Ahora sígueme con toda paciencia y toda afabilidad, y que de ahora en adelante toda tu potencia sea paciencia y toda tu fuerza sea afabilidad; porque de esta manera incluso tú encontrarás la Gracia de Aquel cuyo Amor es infinito en todas las eternidades».

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