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El Gobierno de Dios

[1.13.22] Abel hizo caso a las palabras del ángel, y cuando los dos estaban delante de los suyos, el ángel los fulminó con las palabras que causaron horror y miedo entre los pecadores despertados:

[1.13.23] «¡Adán!, ¡levántate consciente de tu culpa y huye, porque no puedes morar más aquí! Te jugaste el paraíso por ti y todos tus descendientes hasta que llegue el gran tiempo de los tiempos, y te jugaste una gran parte de los regalos... por tu culpa, por haberte olvidado del día del Señor... por haberte embriagado con el zumo de un vegetal que era una obra maestra de la serpiente; discurrida para capturar tu libertad, enredar tus pies, turbar tus sentidos... para que te olvidases de Dios y te entregases al vil pecado.

[1.13.24] Por lo tanto, ¡huye del semblante del Amor, adonde quieras!... Y por donde llegues, en toda parte darás con la ira de Dios, en toda plenitud. ¡Pues la parte del Amor que te llegará será medida con escasez!».

[1.13.25] Adán se levantó del suelo, y con él también Eva y todos los demás que habían dormido a causa de la bebida embriagadora del vegetal de la serpiente –– menos Abel que había respetado el día del Señor... como también vosotros como verdaderos hijos de un Padre tan santo y bueno como Yo, continuamente debierais respetar el sosiego santo del sábado de los judíos que es vuestro domingo, tal como os fue prescrito...

[1.13.26] Cuando Adán se enteró de la presencia del ángel, se asustó tanto ––y junto con él también todos sus parientes–– que no pudo pronunciar ni una sola palabra para presentar disculpas. Paralizado por el pavor, empezó a percibir lo que él y sus parientes habían hecho ante el semblante de Jehová.

[1.13.27] Enseguida se echó a los pies del ángel, llorando a lágrima viva suplicando clemencia, porque la espada llameante le había abierto la visión... una visión en cuya luz horrorosa de la justicia castigadora se dio cuenta del alcance de la desgracia que él, por su imprudencia, había provocado para él mismo y todos los suyos...

[1.13.28] Pero el ángel parecía tener los ojos vendados y los oídos tapados como se lo había mandado el Amor del Padre, y pronunció con una voz más fuerte que los truenos:

[1.13.29] «¡En la Justicia no hay Gracia y en el juicio no hay libertad! –– ¡Por esto huye, empujado por la Justicia castigadora, para que con tu paso indolente no te alcancen los juicios de Jehová! Porque el castigo es la recompensa de la Justicia. Quien lo acepta tal como lo ha merecido, aún puede contar con clemencia. Pero aquel que se opone a la Justicia y sus consecuencias, él es un traidor de la sagrada Santidad de Dios y será víctima de los juicios de Aquel que no consiente en la libertad sino que únicamente aplica la eterna cautividad en la ira de la Divinidad.

[1.13.30] Por esto, ¡Huye! Y llora e implora allí adonde te lleven tus pies. Donde ya no puedas mantenerte de pie, ¡allí quédate, llora, implora y reza, para que no perezcáis, tú y Eva, y todos los demás por culpa tuya!».

[1.13.31] Acto seguido Adán se levantó para marcharse, conforme a la orden del ángel de Dios; pero sus pies estaban como paralizados... Por esto empezó a temblarle todo el cuerpo porque tenía miedo de que le iba a alcanzar el juicio de Dios con el que el ángel del Señor le había amenazado.

[1.13.32] Y de nuevo Adán se echó al suelo, y lloró y clamó en voz alta: «¡Señor, gran Dios todopoderoso! En la gran Gloria de tu Santidad, ¡no cierres del todo el Corazón de tu Amor y tu Misericordia ilimitados, y concédeme tan sólo la fuerza necesaria para que yo ––el más indigno–– pueda huir ante tus juicios conforme a tu santa Voluntad!... Porque todas tus criaturas te están subordinadas –– igual que yo, de pies a cabeza. Señor, ¡atiende mis ruegos!».

[1.13.33] Y ve, el eterno Amor habló a Abel por la boca del ángel, de la misma manera que Yo ahora estoy hablando a tu corazón:

[1.13.34] «Abel, ¡ve hacia el padre de tu cuerpo y échale una mano! Mira también a su mujer Eva que es la madre de tu cuerpo... mira como ella y los demás están sufriendo en el suelo... Levántalos a todos y confórtalos para que puedan seguir su camino y para que el Padre santo tenga alegría viendo que manifiestas amor a tus padres, hermanos y hermanas que están muy flojos; y tu fuerza los fortificará y la plenitud de la Bendición en ti los animará. De esta manera, con paciencia y amor, llévalos con la mano del amor infantil y con la de la fidelidad fraternal a aquel lugar que te señalaré donde van a caer al suelo, totalmente fatigados.

[1.13.35] Allí quedaos, y déjales que descansen. Y tú mismo, concéntrate allí ante Mí, para que te conceda fuerzas en abundancia para la confortación de tus padres, hermanos y hermanas, conforme la necesiten y sean receptivos a ella. Y ahora haz lo que te dije por amor a ellos y por obediencia a Mí».

[1.13.36] En ese mismo momento el devoto Abel quedó penetrado de un gran amor misericordioso, se puso de rodillas; y llorando a lágrima viva, desde el fondo más íntimo de su corazón dio gracias a Dios. Fortificado desde lo Alto, apretó las manos de sus padres débiles y con gran amor, hizo lo que el Señor le había ordenado.

[1.13.37] Y cuando Adán vio como su hijo les estaba ayudando a todos, le dijo con el corazón conmovido: «Oh, querido hijo mío, como viniste para ayudarnos en nuestra gran miseria, ¡recibe toda mi bendición con gratitud, por el consuelo de tu padre y tu madre tan débiles!

[1.13.38] Y en nuestro lugar, agradéceselo tú al Señor, porque nosotros nos hemos vuelto eternamente indignos de pronunciar su santo nombre... y porque solamente tú eres todavía digno ante el Amor del Padre santo.

[1.13.39] Y ahora, conforme a la Voluntad del Señor, ¡huyamos, pues!».

[1.13.40] Acto seguido el ángel agitó la espada de la Justicia, y todos huyeron deprisa... una huida durante días y noches, sin descanso alguno.

[1.13.41] De esta manera llegaron al país ya nombrado, donde por ninguna parte se veía una sola hierba, una sola zarza o un solo árbol. Y con el Sol en el cenit que quemaba, Adán, Eva y todos los demás cayeron totalmente agotados en el polvo ardiente. A todos se les cerraron los ojos porque el sueño retrasado las obligó a hacerlo. De esta manera se durmieron, inconscientes, como cautivos en los lazos de la debilidad por la ira de la Divinidad.

[1.13.42] En seguida el ángel que les había seguido visiblemente se acercó a Abel que ahí rebosaba de viveza alimentada por el Poder y la Fuerza desde lo Alto, y le dijo:

[1.13.43] «Ve, Abel, de todos los sacrificios que en la pureza de tu ánimo consagraste al Señor de toda Santidad no hubo ninguno que le agradara tanto como éste. Por este motivo, conforme a la Voluntad de lo Alto, recibe esta espada de la Justicia de la mano de tu hermano de lo Alto, y ve que somos hijos del mismo Padre santo... Rige con él en el bien de los tuyos, conforme el Poder de la Sabiduría y la Fuerza del Amor... Estimula en ellos la Fuerza de la Vida que se ha vuelto muy débil, haz que en ellos de nuevo se encienda el amor para con el Amor del Padre santo, y haz que en sus corazones se encienda la llama del temor justo de Dios. Yo mismo no te abandonaré, aunque esté invisible. Pero cuando quieras, también estaré a tu lado fraterno muy querido, visiblemente, siempre preparado a ayudarte conforme a la Voluntad del Señor.

[1.13.44] Porque ve: La entrega de la espada significa tu plena libertad –– una libertad igual a la mía. De modo que la Voluntad del Señor se ha vuelto tuya, te ha puesto encima de toda Ley y te ha dado los Mandamientos como propiedad tuya... Con lo que ahora ––igual que yo–– eres un hijo inmortal del Amor del Padre santo en el verdadero Reino de la Luz de los espíritus libres.

[1.13.45] Y ahora procede con tus padres y tus hermanos terrenales conforme tu amor y tu sabiduría...».

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