Obispo Martín |
[2.8] También eso de María tan sumamente glorificada por mi iglesia, y toda la santa letanía, todo eso me parece un poco dudoso... Si hubiera algo de verdad en María, ya hace tiempo que habría venido a atenderme, pues desde mi defunción hasta ahora deben haber pasado ya unos cuantos millones de años terrenales según mi cálculo del tiempo. Pero no puedo descubrir el menor rastro ni de la madre de Dios, ni de su Hijo, ni tampoco de santo otro ninguno. ¡Menudos salvadores para gente en apuros, mejores no se podrían pedir! [2.9] Si no tuviera una fe tan inquebrantable hace rato que ya no estaría en este rincón tan aburrido... ¡Es mi estúpida fe la que me ata aquí! ¡Pero no durante mucho! No pienso quedarme algunos millones de años más, acurrucado como un bandido, sin conseguir después de tanto tiempo ni más ni menos que antes. ¡Buen payaso sería! ¿Acaso no basta con que en la Tierra haya hecho el gracioso inútilmente? ¡Bien pronto acabaré con esta comedia tan aburrida! [2.10] Por lo menos en el mundo la necedad me la pagaron bien, con lo que valía la pena hacer el gracioso. Pero como la experiencia tras millones de años me confirma que no hay nada cierto en este asunto me iré en seguida a deshacerme de toda esta estupidez». [2.11] El ángel había transformado de tal manera su concepto del tiempo que unas pocas horas de estancia le parecían una eternidad. Estaba todavía inmóvil y miró un poco tímidamente alrededor de sí como para averiguar qué camino debiera tomar. Entonces, en dirección a poniente, vio un sitio donde le pareció que algo se movía. Esto le desconcertó visiblemente y, de nuevo, empezó a hablar consigo mismo: [2.12] «¿Qué será lo que veo allí lejos por primera vez después de los millones de años tan extraordinariamente aburridos que llevo aquí? Me produce una gran angustia porque tengo la sensación que pudiera tratarse del comienzo de un juicio... [2.13] No sé si me atrevo a ir allí, podría llevarme a mi perdición eterna... ¿Y si me llevara a mi salvación? [2.14] ¡Voy a aventurarme! Pues a uno como yo que durante millones de años ha permanecido como petrificado en el mismo lugar ya no le importa lo que le pueda ocurrir después. [2.15] Como los mineros cuando bajan a la mina, también yo digo: ¡Suerte! Y voy a tentarla... Algo peor que la muerte eterna no me puede caber en suerte; mejor venida sería por el contrario que una vida así ¡millones de años en el mismo lugar! ¡Ni una estrella fija lo aguantaría! ¡Una eterna inexistencia sería una inestimable ventaja comparada con mi existencia actual! [2.16] Así que ¡adelante, a donde sea! Eso me importa un “¡...!”. Pues no, mientras me encuentre todavía en Tierra incógnita será más prudente no pronunciar algo que podría traer consecuencias. De modo que en tanto no sepa encima de qué asiento mis pies, ¡más vale la prudencia! [2.17] Aquello se mueve más y más. Parece como si fuera un árbol pequeño agitado por el viento. Tan sólo espero que mis pies tan desacostumbrados no se nieguen a servirme. ¡Valor, pues! [2.18] Si bien recuerdo me parece haber oído alguna vez que un espíritu no tiene sino pensarlo y ya se encuentra a dónde quiere ir. Pero ya veo que en eso de los espíritus hay gato encerrado. Tengo todo lo que tenía en la Tierra: pies y manos, cabeza, ojos, nariz y boca ¡y un estómago que desde hace tiempos guarda una auténtica abstinencia real! Si no abundara aquí el musgo con rocío, ¡ya habría quedado poca cosa de mí! A ver si allí encuentro también algo mejor para el estómago... [2.19] ¡En el nombre de Dios, adelante pues!». |
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