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Obispo Martín

[1.2] El mismo que todavía sacerdote humilde pintaba las alegrías del Cielo con los colores más fantásticos, el que tantas veces se deshacía describiendo las delicias y bienaventuranzas en el reino de los ángeles, por supuesto sin olvidar mencionar el infierno y el terrible purgatorio, llegado ya a una edad de casi ochenta años, aún no tenía gana ninguna de tomar posesión del paraíso tantas veces glorificado por él. Hubiera preferido mil años más de vida en esta Tierra que todo un futuro Cielo pleno de delicias y bienaventuranzas.

[1.3] Por eso el obispo enfermo probó todos los recursos posibles que ¡ojalá! pudieran devolverle la salud física. Los mejores médicos tenían que permanecer continuamente alrededor suyo y en todas las iglesias de su diócesis había que celebrar misas en su favor. Hizo llamar a todas sus ovejas para que rezaran por su mejoría. Se les invitaba a hacer votos piadosos con el fin de obtener indulgencias plenarias para él. En su cuarto hubo que preparar un altar donde se celebraban tres misas matinales por el restablecimiento de su salud, mientras que por las tardes, con el santísimo continuamente expuesto, los tres monjes más piadosos rezaban el breviario incesantemente.

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